¡Hay que ver cómo son los cuentos! Hoy, más de dos semanas después, mientras preparaba la cena, me ha asaltado un cuento que Virginia Imaz nos contó en el curso sobre narración oral que impartió en el palacio Miramar. No había pensado en él desde entonces y ahora no se me quita de la cabeza. Es una historia sobre el tonto del pueblo que, enviado por los "listos del pueblo", sube a una montaña en busca de una lamía. En su camino tiene que atravesar un bosque, cruzar un río y subir una montaña; El chico, a la puerta del bosque, a la orilla del río y a los pies de la montaña, se detiene y escucha. Escucha sin prisa, hasta que comprende los sonidos, los olores, los colores, las sensaciones... Y entonces penetra, cruza, sube, sin perturbar la naturaleza del bosque, del río, de la montaña. Cuando el tonto, arriba en la montaña, encuentra a la lamía, le hace una pregunta: "¿Qué hay que hacer para amar a una mujer?" A lo que la lamía le responde que, para amar a una mujer, hay que estar dipuesto a conocerla. Entonces, el tonto se sienta a su lado, quieto, durante horas; a escucharla, a mirarla y a sentirla, como había hecho con el bosque, el río y la montaña; y se queda a su lado hasta que se ha impregnado de sus sonidos, sus colores, sus olores, sus sensaciones...
En la narración ocurrían muchas más cosas, si me pongo a ello puedo recordarlas y contarlas, pero a mí lo que hoy me ha asaltado, mientras preparaba la cena, es esta parte. Y me he acordado del libro del libro de Clarissa Pinkola "Mujeres que corren con lobos" y ese cuento del pescador que pesca una mujer esqueleto y, al principio, intenta huir de ella, pero luego, en su cueva, la contempla durante toda la noche, hasta que la conoce y la ama.
Sigo entrando el blog y agradezco tus nuevos post!
ResponderEliminarMuchas gracias Natalia y un abrazo
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