Esta es una historia de hermanas; mis hermanas. Dicen que somos como las Muñecas Rusas; todas iguales aunque de diferentes tamaños; una, dos, tres y cuatro. Morenas, cara finita al igual que el pelo, ojos claros y nariz un poco respingona. Yo me imagino que lo somos y que nos metemos unas dentro de las otras quedando arropadas y protegidas.
Esto no ocurre siempre, sólo cuando necesitamos protección, y no es necesario que siempre participemos todas, si no que podemos hacerlo entre dos o entre tres.; se pueden hacer todas las combinaciones; sólo existe una regla, la menor debe de meterse dentro de la mayor; lo cual no significa que la mayor quede desprotegida. Cuando una Muñeca Rusa se mete dentro de otra, se crea un campo de protección alrededor de ellas.
Sólo formamos Muñeca Rusa en los malos momentos. Cuando nuestra alma necesita protección. El resto del tiempo las Muñecas Rusas se despliegan; Una, dos, tres y cuatro, colocan su alma y su cuerpo con un gracioso gesto y cada una prosigue su camino, sabiendo que cuentan con ventaja sobre el resto del mundo puesto que en cualquier momento pueden volver a hacer Muñeca Rusa.
Nuestra habilidad para hacer Muñeca Rusa la descubrimos siendo pequeñas. Por aquellos tiempos cada una andaba por su lado, a la deriva, y nos mirábamos con recelo las unas a las otras. Buscábamos fuera nuestra protección sin entender que ésta estaba dentro de nosotras.
Aquel atardecer nos encontrábamos las cuatro en el malecón mirando al mar. Casualmente estábamos colocadas en fila, de mayor a menor. La primera era yo, Isabel, Claudia y por último Mercedes. No era un día soleado, pero el color del mar y del cielo era azul. Vimos como el horizonte se oscurecía hasta ponerse negro y en el mar se mezclaban el verde y el azul oscuro. Podíamos adivinar que soplaba el viento desde el horizonte por las centenares de pequeñas olitas que se formaban en el mar coronadas con espumas blancas.
Todas sabíamos lo que aquello significaba. Nuestra alma empezó a encogerse y nuestro cuerpo a inflarse con el fin de dejarla protegida. Pero temblábamos de miedo. Sabíamos que aquel mecanismo de defensa no nos había servido anteriormente y nuestras almas estaban siendo devoradas poco a poco. Repentinamente y sin darnos tiempo siquiera a pensarlo empezamos a meternos unas dentro de las otras; una, dos, tres, cuatro y nos quedamos muy quietas hasta que el temporal pasó de largo sin ni siquiera rozarnos. Una vez el peligro hubo pasado y tras un momento de silencio, en el que nos convencíamos de que aquello había ocurrido de verdad, nos desplegamos de nuevo; una, dos, tres, cuatro. Arreglamos nuestros vestidos, colocamos nuestras almas en su sitio, nos hicimos un guiño lleno de complicidad y cada una siguió su propio camino.
Es fácil adivinar que esta primera experiencia marcó el resto de nuestras vidas. Desde ese mismo momento dejamos de ser unas niñas lánguidas y amedrentadas y nos convertimos en niñas risueñas; radiantes de esa belleza que sólo da la seguridad de que todo va bien y de que nada malo puede ocurrirte.
Esto no ocurre siempre, sólo cuando necesitamos protección, y no es necesario que siempre participemos todas, si no que podemos hacerlo entre dos o entre tres.; se pueden hacer todas las combinaciones; sólo existe una regla, la menor debe de meterse dentro de la mayor; lo cual no significa que la mayor quede desprotegida. Cuando una Muñeca Rusa se mete dentro de otra, se crea un campo de protección alrededor de ellas.
Sólo formamos Muñeca Rusa en los malos momentos. Cuando nuestra alma necesita protección. El resto del tiempo las Muñecas Rusas se despliegan; Una, dos, tres y cuatro, colocan su alma y su cuerpo con un gracioso gesto y cada una prosigue su camino, sabiendo que cuentan con ventaja sobre el resto del mundo puesto que en cualquier momento pueden volver a hacer Muñeca Rusa.
Nuestra habilidad para hacer Muñeca Rusa la descubrimos siendo pequeñas. Por aquellos tiempos cada una andaba por su lado, a la deriva, y nos mirábamos con recelo las unas a las otras. Buscábamos fuera nuestra protección sin entender que ésta estaba dentro de nosotras.
Aquel atardecer nos encontrábamos las cuatro en el malecón mirando al mar. Casualmente estábamos colocadas en fila, de mayor a menor. La primera era yo, Isabel, Claudia y por último Mercedes. No era un día soleado, pero el color del mar y del cielo era azul. Vimos como el horizonte se oscurecía hasta ponerse negro y en el mar se mezclaban el verde y el azul oscuro. Podíamos adivinar que soplaba el viento desde el horizonte por las centenares de pequeñas olitas que se formaban en el mar coronadas con espumas blancas.
Todas sabíamos lo que aquello significaba. Nuestra alma empezó a encogerse y nuestro cuerpo a inflarse con el fin de dejarla protegida. Pero temblábamos de miedo. Sabíamos que aquel mecanismo de defensa no nos había servido anteriormente y nuestras almas estaban siendo devoradas poco a poco. Repentinamente y sin darnos tiempo siquiera a pensarlo empezamos a meternos unas dentro de las otras; una, dos, tres, cuatro y nos quedamos muy quietas hasta que el temporal pasó de largo sin ni siquiera rozarnos. Una vez el peligro hubo pasado y tras un momento de silencio, en el que nos convencíamos de que aquello había ocurrido de verdad, nos desplegamos de nuevo; una, dos, tres, cuatro. Arreglamos nuestros vestidos, colocamos nuestras almas en su sitio, nos hicimos un guiño lleno de complicidad y cada una siguió su propio camino.
Es fácil adivinar que esta primera experiencia marcó el resto de nuestras vidas. Desde ese mismo momento dejamos de ser unas niñas lánguidas y amedrentadas y nos convertimos en niñas risueñas; radiantes de esa belleza que sólo da la seguridad de que todo va bien y de que nada malo puede ocurrirte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me encantará que dejes un comentario