Durante los días 1, 2 y 3 de julio ha tenido lugar en Donostia, dentro de los cursos de verano de la UPV, el curso de narración oral "Vivir para contarla y contar para vivir. De la narración oral tradicional a la escena contemporánea" El curso ha sido organizado por Virginia Imaz, narradora oral.
Hay que destacar el reto de haber llevado la narración oral a ámbitos de la Universidad. Parece lógico que la narración oral tenga un espacio dentro de la Universidad, pero, por lo visto, ha habido que currárselo. Quien se lo ha currado ha sido Virgina Imaz y le damos las gracias. No nos coge por sorpresa; la literatura culta ha mirado siempre por encima del hombro a la tradición oral y, aunque empieza a vérsele con otros ojos y a reconocerse su sabiduría, incluso hay quien la cuida y la mima, la narración oral sigue siendo hoy en día el pariente pobre de la cultura.
El curso, sobre todo, ha sido ameno. Muy ameno. Es lo que tienen las ponencias expuestas por narradores orales, que da gusto oírles. Es como si estuvieras escuchando un cuento. De hecho muchos de los ponentes enfocaron su charla como una auténtica historia ¡Da gusto! Te quedas con ganas de más.
Estas historias; sobre los cuentos tradicionales, la educación en los cuentos, la narración escénica, experiencias personales, la economía y los cuentos (¡Fíjate!), la ASGAE y sus triquiñuelas... nos las han contado unos contadores de lujo como PepBruno, Ana Griot, Boniface Ofoge y otros. Así que; buenos contenidos contados por buenos contadores. Para los que estamos interesados en la narración oral nos ha dado una vista general de por donde están yendo las cosas.
Sin embargo, salgo del curso con una preocupación; parece que hay una lucha por elevar la narración oral a la categoría de arte y al narrador a la de artista. La narración oral pertenece al pueblo. Así ha sido siempre. Elevar una expresión del pueblo a arte es alejarla del pueblo. Todas las disciplinas artísticas han sido alejadas de la gente de a pie, no como espectadores, y mucho menos ahora que se procura que el arte nos llegue a todos, bla, bla, bla…, si no como “creadores”. Sí, podemos contemplar las obras de los grandes pintores, pero hemos dejado de pintar "Es que no sé"; podemos disfrutar de una compañía de danza, pero hemos dejado de bailar, y también e cantar…. El Arte con mayúsculas pertenece a una élite y los cuentos y la narración nos pertenece a todos, no sólo como oyentes, si no como transmisores de historias. Cierto es que en los últimos años hemos dejado que la narración oral se pierda hasta que casi ha desaparecido, pero la labor a hacer es recuperarla para el pueblo, no convertirla en arte, sólo al alcance de unos pocos. ¿Cuántos maestros han dejado de contar cuentos a sus niños porque creen que no saben? Los niños necesitan historias a diario, no sólo en ocasiones especiales en que un cuentacuentos profesional va al colegio.
Y ahora a otra cosa, sólo a modo de comentario, porque se habló de algo en el curso que me quedé con ganas de comentar más a fondo, allí no pude, pero aquí, como es mi blog…; Al hilo de los cuentos tradicionales, dijo Ana Griot, que me gustó mucho, que un cuento tradicional no te da un monstruo si no te enseña a vencerlo o, al menos, a convivir con él. Por eso, en contra de la defensa que hizo Pep Bruno sobre la caperucita de Perrault, en que el lobo se come a caperucita y la abuelita y se acabó, yo me quedo con la de los hermanos Grimm en que el lobo se las come, pero el cazador las salva. Tiene razón Pep en que caperucita se merece un castigo por desobedecer a su madre y hablar con extraños, pero creo que es suficiente castigo el susto de que se la coman ¿no? ¿A vosotros os han comido alguna vez? Pues asusta. Mucho. El que realmente merece un buen castigo es el lobo que va por ahí importunando niñas ¿No creéis? En mi opinión es una versión más justa la de los hermans Grimm. Perrault, aunque escribía como los ángeles, era un castigador. Dice Santiago Alba Rico de Perrault, en su libro "Leer con niños" que "escribió los relatos con una mano inconsciente y liberadora, mientras los comentaba, a pie de página, con otra puritana, reaccionaria y versallesca. Digamos que Charles los escribía y Perrault los reprimía…” Estoy con Pep Bruno en que los cuentos tradicionales son, y debemos dejarles ser, sabias enseñanzas, pero también es importante el mensaje final de esperanza que suelen tener estos cuentos “No importa lo que hayas hecho, lo malo que hayas sido, no está todo perdido, siempre puedes empezar y arreglarlo”. Yo me quedo con las versiones esperanzadoras de los hermanos Grimm en contra de las aleccionadoras de Perrault.
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